Dr. Juan Alberto Sánchez Torres

Como urgenciólogo, me sumerjo en un mundo de urgencias y emergencias, donde el tiempo se comprime y las decisiones se toman al filo de la navaja. Soy el guardián de la puerta de entrada al hospital, el que recibe a los pacientes con dolores, miedos y esperanzas. Mi oficio es el de descifrar síntomas, interpretar signos y trazar un camino hacia la salud.

En la sala de espera, observo rostros ansiosos, familias que se aferran a la esperanza y cuerpos maltrechos que buscan alivio. Mi pluma es mi estetoscopio, y mis palabras son el bálsamo que calma el dolor. Escribo diagnósticos en hojas de papel, trazando líneas que conectan síntomas y antecedentes, como un novelista que teje una trama compleja.

Mis historias no son ficción, pero están llenas de giros inesperados. A veces, el paciente llega con un capítulo ya escrito: una fractura, un infarto, una intoxicación. Otras veces, la trama es más sutil, como un enigma médico que requiere paciencia y astucia. Mi pluma se desliza sobre la historia clínica, buscando pistas, descifrando códigos, revelando secretos ocultos en los análisis de laboratorio.

En la sala de choque, soy el narrador de la urgencia. Mi voz se eleva sobre el ruido de las alarmas, las voces apresuradas y el tintineo de las jeringas. “¡Código azul!”, anuncio, y todos corren hacia la cama donde la vida se desvanece. Mi prosa se vuelve urgente, mis palabras son compresiones torácicas, descargas eléctricas, adrenalina que lucha contra la muerte.

Pero también soy el escritor de las pequeñas victorias. La sutura que cierra una herida, el analgésico que alivia el dolor, el consejo que salva una vida. Mi pluma se vuelve suave al explicar el diagnóstico, al dar esperanza, al decir: “Esto tiene solución”. Y en esos momentos, soy más que un médico; soy un cuentacuentos que teje hilos de alivio y gratitud.